Retomando la reflexión sobre el concepto de lo sostenible como adjetivo de lo habitable, y como forma accidental del desarrollo que escapa a cualquier moda pasajera, parto en esta ocasión desde la definición básica del desarrollo sostenible, como todo aquel “que satisface las necesidades del presente sin comprometer la capacidad de las generaciones futuras de satisfacer sus propias necesidades” (Comisión Brundtland – ONU 1987). Todo aquello que no compromete a las futuras generaciones, simplificando más aún, me lleva ahora a pensar en la “moderación” como término virtuoso que se ajusta a la definición inicial. Si algo compromete a las futuras generaciones y a ese algo se le aplica moderación, probablemente solo estaríamos “dilatando” un supuesto daño comprometedor del futuro, pero no es el caso, si caemos en la cuenta de que lo que estamos comprometiendo se deriva precisamente de la falta de moderación.
Escuchando a Miguel Angel Mancera el pasado 9 de mayo en la Universidad Anáhuac del Sur, me llamó la atención que en más de una ocasión recurrió a la “toma de conciencia” de la gente para lograr sus -o nuestros- objetivos. Por ejemplo, citó al alcalde colombiano que demostró que se podía bañar perfectamente bien con 16 litros de agua, y buscando el dato encontré otro ejercicio- demostración que ya se hizo aquí en marzo de 2011, promovido por el Consejo Ciudadano de Seguridad Pública y Procuración de Justicia del Distrito Federal en la Plaza de la República, en el que dos personas se bañaron y, dependiendo de sus hábitos (poner cubeta en lo que se calienta el agua o cerrar el agua mientras se enjabona) una gastó 40 litros de agua y la otra 140 en 6 minutos…Aquí la cosa es cómo le podría hacer el gobierno para avanzar en esa toma de consciencia; tendría que encontrar algún tipo de estímulo quizás, pero creo que allí la cosa está más bien en uno. Reconozco que me resulta más interesante la caída del veinte colectiva o el fenómeno sociológico quizás. Ahora bien, así el reconfortante baño de agua caliente, como el uso del automóvil, representan cierta comodidad “difícil de sacrificar”; salir de la zona de confort. En alguna ocasión, en un tráfico espantoso imaginé una iniciativa de un día adicional de “hoy no circula voluntario”, una ingenuidad abismal, pero estoy seguro que es la dirección que tendremos que tomar más pronto de lo que imaginamos. Navegando por internet a propósito del ahorro de agua y de la comodidad encontré una ducha un tanto singular –“genial”- que está diseñada para ayudarnos a ahorrar agua. Tommaso Colia, un diseñador milanés de gran ingenio, se le ocurrió esta idea: ¿por qué no hacer una ducha con un suelo que a medida que gastamos agua se torne más incómodo? (Ya desarrolló su prototipo Eco_drop shower…!).
Aquí la pregunta sería más bien si la moderación tiene que ser un sacrificio. Yo creo que no, en el entendido de su definición: “ajuste o disminución de lo que se considera excesivo”, “eliminar o disminuir los extremos en busca del equilibrio”, entonces, ¿desarrollo moderado?
Serge Latouche, el famoso economista e ideólogo del decrecimiento, ubica perfectamente, con anterioridad y anticipación estas reflexiones. Si el mundo y sus recursos no son infinitos, ¿porqué tendría que serlo el crecimiento económico? “El crecimiento ha dejado de ser una manera de satisfacer necesidades reales para devenir como finalidad en sí mismo...”. Si bien su visión puede considerarse como extremadamente crítica del mundo actual (“la gente feliz no suele consumir”), vale la pena caer en la cuenta de que estamos llegando a un punto en el que es más fácil sobrevivir sin comida que sin celular. En este sentido, y para terminar a manera de primera parte esta columna por lo complejo del tema, me quedo con la tarea –acaso posible- de separar las ideas de desarrollo y crecimiento a partir de otra pregunta: ¿qué tanto necesitamos para vivir?
JVdM