Antes de la pérdida de la brújula, el golpe de timón. Cuando el ex presidente Miguel Alemán consolida a Acapulco como el gran centro turístico de México, inaugura la avenida Costera en 1947 y traslada el Aeropuerto (de Mario Pani y Enrique del Moral frente a la Playa Hornos en lo que es el actual Parque Papagayo) a 15 kilómetros al sur de la ciudad sobre la carretera escénica. Estas decisiones, reforzadas con el desarrollo inmobiliario de Las Brisas determinaron la expansión del viejo Acapulco hacia la bahía. Se fue poblando, y la tipología (derivada de la nueva densidad) “cambió de escala” junto con el uso del suelo. Acapulco se tuvo que “reinventar” dejando atrás su época de oro tan correspondiente a la del cine mexicano y olvidarse del Papagayo, Los Flamingos, Las Palmas, La Marina o el Boca Chica.
De su reinvención se levantaron piezas que dibujaron con cierta fortuna el perfil del “nuevo Acapulco”. Eludiendo cualquier metodología y apuntando hacia algunas de las obras que han resistido el examen del tiempo, están el Hotel Elcano (1958) de Imanol Ordorica, remozado por Ramiro Alatorre y Carlos Villela (80’s). El Hotel Presidente (1959) de Juan Sordo Madaleno, con el paraboloide Cabaret La Jacaranda, de Félix Candela que desafortunadamente desapareció. El Paraíso Marriot (1969) –hoy Avalon- que fue todavía más masivo, aunque con un vocabulario que introduce curvas. El Hotel Condesa del Mar (1972) de Mario Pani que aportó una volumetría sumamente atractiva a la distancia, blanca como fuera natural en Acapulco, resultado de pensar el edificio como una gran persiana que responde al clima. El hotel Calinda Beach (1970) que apostó por las vistas con balcones semicirculares y una forma cilíndrica que remite a la arquitectura de Los Angeles, y El Hyatt Regency en Playa Icacos, que con elegante neutralidad se mantiene blindado al tiempo en tanto moda. Más reciente quizás el Hotel Costa Club, que “lo ves aunque no quieras” por su escala más que por su voluntariosa forma…Al final del siglo XX salvo honrosas excepciones, se perdió el rumbo con un explosivo crecimiento libertino en formas y en materiales.
Las obras maestras de la arquitectura de Acapulco se localizan en edificaciones de menor escala en relación con las enunciadas arriba. En primer término –para mí- la Capilla Ecuménica de la Paz (1971), de Fray Gabriel Chávez de la Mora, es una pieza que sintetiza espacio, estructura, material, clima, y vista, que se convirtió en icono de Acapulco por la monumental cruz que corona “el lugar más alto” en Las Brisas. La casa que identificamos como “el platillo volador” (1973) del arquitecto norteamericano John Lautner, circular de concreto aparente, o las casas (80´s) que desarrollaron Raúl Rivas y Carlos Artigas con LBC (López Baz y Calleja) en Las Brisas también, reinventando un Acapulco abstracto, blanco, de aplanados y líneas impecables ejemplificado efímeramente en la desaparecida Discoteca “Magic”.
En cuanto a edificios públicos destacan el Centro de Convenciones (1973), de los arquitectos Enrique García Formentí, Jaime Nenclares y Alberto González Pozo, y ya del S.XXI, el Corporativo Yoli de Francisco Serrano, que hace avanzar el reloj de la arquitectura de Acapulco incorporando el concreto blanco martelinado a la paleta de materiales apropiados para la bahía.
Fuera de la bahía hacia el aeropuerto –en Puerto Marqués- El Hotel Pierre Marqués fue un refugio aislado de J. Paul Getty que existió desde los años (60’s). Afortunada arquitectura baja con paisajismo de Luis Barragán. Por su parte el mega-lujoso Hotel Princess (70’s) proyectado por William Rudolph y Leonides Guadarrama, constituyó un polo de atracción para el futuro crecimiento de Acapulco, en una apuesta audaz de exitosa rareza (¿los mayas en Guerrero, Chichen Itzá?) y del crecimiento de esta zona podría mencionar, para dejar aquí, el Conjunto Playamar (1994) de Jose Adolfo Wiechers, como buen punto de partida hacia el Acapulco Diamante de nuestros días, muy resumidamente.
El inevitable lamento del actual caos urbano de Acapulco, es acaso una manifestación de la posibilidad de revertir el acusado deterioro del bello puerto, solo con mucha voluntad y más arquitectura.
JVdM