Sobre el concepto de asignatura accesoria que resuelve el texto anterior, aquí una ampliación necesaria de ese término en el mismo orden de las tres historias o aproximaciones diversas que integraron la (columna de la semana pasada) reflexión inicial:
1. La de la obra de arte que se subastará, y que tiene un precio impagable para lo poco que ofrece en apariencia. Cuando se conoce la historia del artista, su obra y/ su trayectoria se puede comprender poco mejor en qué consiste la búsqueda y el trabajo del sujeto, ya consagrado y reconocido por cierto. El efecto “readymade” de Marcel Duchamp, que desde el cambio de significado y significante de algunos objetos, propuso una nueva forma de obra de arte, es un ejemplo de que se trata mucho más que de objetos inútiles. Para mucha gente sigue siendo algo irrelevante, no sustantivo, sino accesorio, moda, loquera banal del mundo del oropel, porque no se comprende, se desconoce, algo de lo que se puede prescindir fácilmente. El arquitecto no puede desconocer esto porque la profesión –arquitectura- es también un arte.
2. La del libro Icarus Deception de Seth Godin que se apropia del concepto arte no como pintura, escultura, o arquitectura, sino como la producción –trabajo- de nuevas ideas (“apps” por citar sólo un ejemplo)- en un mundo revolucionado desde la conectividad: Google, Twitter, Facebook, Instagram, Linkedin, Youtube, Worpress, Tumbler, Pinterest, etc. Quienes piensan que esto es una pérdida de tiempo, suponen que esta nueva forma de obra de arte es accesoria de la vida, pueden vivir sin ella (zona de confort), pero quizás (así lo creo) no por mucho tiempo. Esta reflexión abonaría más al tema del rumbo que deben tomar las escuelas de arquitectura –la academia-, en donde el arte no supone necesariamente una asignatura sustantiva sino accesoria de la desgastada, acaso esencial materia de proyectos, por ejemplo.
3. Por último, la del libro de Mathias Goeritz que aborda asuntos de filosofía -fenomenología, semiótica o hermenéutica- en tanto a la emoción que buscó provocar su obra. La filosofía es la argamasa con la que se unen los tabiques del conocimiento, que desde una perspectiva académica son las asignaturas, las materias. Entonces, una magnífica noticia –demostrativa- es que el arte contribuye importantemente al conocimiento –tanto como cualquier otra materia- y a la búsqueda de La Verdad, en cuanto a emoción, por ejemplo; pero la referencia de la presentación de este libro se propone por su utilidad en cuanto a la reflexión de “arte público” (de hecho en el evento de presentación se cayó en la trampa –en mi humilde opinión-, o en la tentación, de comparar a las Torres de Satélite con la Estela de Luz). El arte público, como en el caso de La Ruta de la Amistad de 1968, es educación cívica en potencia, no objetos o adornos de la calle.
No es lo mismo conocer que saber. Saber contiene un ingrediente testimonial que pone en marcha algo más que el conocimiento, que en cierto sentido solo advertiría la existencia de algo; este acuse de asimilado –digamos- pero no digerido, y la falta de profundidad en el conocimiento de arte y cultura, han etiquetado al artista –productor de arte- como “bohemio”, “vichorraroso” subestimándole en su rol de investigador y de generador de conocimiento, tanto en la academia, como en la práctica profesional, y en el espacio público. Un accesorio. La propuesta de este texto es iniciar el cambio de ese paradigma…el arte no es una asignatura accesoria o inútil, es absolutamente sustancial.
JVdM