DE MONUMENTOS Y MEMORIALES / Colaboración para suplemento “Espacio Urbano” de El Financiero abril 2014

La palabra monumento viene del latín monumentum, y la RAE lo define en su primera acepción como  “Obra pública y patente, como una estatua, una inscripción o un sepulcro, puesta en memoria de una acción heroica u otra cosa singular”.

Conocemos los monumentos desde que tenemos conciencia. El ángel de la Independencia, el Monumento a la Revolución, algún obelisco o, es más, el Estadio Azteca si se quiere. Pero los memoriales no lo sé; requieren mayor conciencia, un mínimo de cuestionamiento y racionalización adicionales a lo que nos da la memoria más lejana posible, la de la niñez. Supongo que tiene razón Carlos Puig en su texto “La Diferencia Entre un Memorial y un Monumento” cuando define –o precisa- que los monumentos son a la historia lo que los memoriales a la memoria “…La creación de la memoria es el memorial, un género de obra arquitectónica que cada día cobra más relevancia, puesto que se trata de espacios abiertos a la interpretación…El producto arquitectónico de la historia es el monumento”. Justo, aunque habría que añadir (no a su texto) alguna explicación adicional al concepto de monumento en cuanto a la escala o la masividad que reiterativamente nos identifica en el mundo debido a nuestra historia y a nuestras raíces... México es radicalmente monumental.

La primera vez que tuve relación –digamos “consciente”- con el proyecto de un memorial fue en 2005 participando en el concurso “The National AIDS Memorial Competition” para un memorial dedicado a las víctimas del sida que se construiría en el Golden Gate Park, en San Francisco California. La experiencia adquirida en esa participación y la impecable organización del concurso (impecable alude al proceso, desde la convocatoria hasta el fallo del jurado) nos sirvió muy especialmente de gran aprendizaje por diversos motivos.

El memorial y la idea de dedicar un espacio público a su “presencia” es un ejercicio de diseño que por lo general no requiere resolver un problema específico de espacio físico, no se trata de satisfacer una necesidad tal y como estamos acostumbrados los arquitectos…se trata de “significar” algún acontecimiento en algún lugar público que alguien decidió previamente. En el caso del concurso en San Francisco, después de hacer varios intentos de diseño desde una óptica de lo nefasto y la desgracia, tuve la elemental idea de poner (me) en primera persona: “y si un ser querido fuera víctima del sida, ¿le daría un memorial nefasto o desgraciado? Así entendimos que de lo que se trataba era de lo contrario: buscamos la forma de significar “esperanza”, que fue un concepto que la mayoría de los participantes incorporamos en nuestras propuestas, muy obviamente. Acto seguido entendimos también esa condición del “caso por caso” inherente en el diseño de un memorial; aquí no había nombres y por lo tanto caímos en la cuenta que cualquier “literalidad” comprometería gravemente la interpretación del memorial. Nos prohibimos cualquier mensaje con letras. Es un tema delicadísimo, elogio del mayor tacto en cuanto a intervención socialmente urbana desde su mensaje en tanto memoria. Si los memoriales contribuyen además al mejoramiento urbano enriqueciendo el espacio público, aportamos un valor agregado que viene por añadidura: como sociedad tenemos memoria y se materializa en lugares privilegiados, dedicados ex profeso, que evitan el olvido desde la presencia presente, como nuestra memoria. Monumentos o memoriales, a final de cuentas son inherentes al espacio público; muchas veces se dedican parques a la memoria de un personaje –el Parque Lincoln en Polanco, por ejemplo-  o a un país, el Parque México o el Parque España, en la Colonia Condesa; aquí la pregunta subsiguiente sería ¿podríamos habitar sin memoria?

Volviendo a nuestro ejemplo en San Francisco, la propuesta ganadora denominada “Living Memorial” –excelente en mi opinión- incorporó el concepto de esperanza a partir del renacimiento de la naturaleza ulterior a una devastación -la pandemia del sida- representada sutilmente mediante un paisaje carbonizado por un incendio…Dicha propuesta presentó a manera de línea del tiempo la forma cómo se transformaría el “lugar-memorial” haciéndose cada año más vivo…”con el tiempo brotarán elementos tomados de la vegetación de un bosque lleno de cicatrices del fuego para evocar un sentimiento de pérdida y renovación”.

De los ejemplos relativamente recientes más famosos (acaso medibles por algún número de visitas reales + virtuales, además de  su significado o de su “discurso”) habría que citar entre otros el Memorial del Holocausto en Berlín, de Peter Eisenman; el memorial a los Veteranos del Vietnam en Washington, de Maya Lin, o el memorial 9/11 en Nueva York de Michael Arad. En México la Estela de Luz, de Cesar Pérez Becerril, Raúl Peña y Martín Gutiérrez, entendido como monumento al Bicentenario de nuestra Independencia que está en cierta especie de “proceso de apropiación” y que contemplaba en su diseño original una plaza y un memorial que lo dejaron incompleto, o el más reciente Memorial a las Víctimas de la Violencia, de Julio Gaeta y Luby Springal inaugurado hace poco más de un año, también en cierto proceso de apropiación -o acaso de asimilación- a saber también, entre varios otros.

JVdM