DE LA INFRAESTRUCTURA DEPORTIVA / Colaboración para suplemento “Espacio Urbano” de El Financiero mayo 2014

De cara al Mundial Brazil 2014, es inevitable reflexionar sobre infraestructura deportiva, y sobre todo lo que un evento de esta naturaleza -mundial u olimpiadas- puede representar para un país. Nosotros hemos tenido juegos olímpicos en 1968, mundial en 1970, y un segundo mundial en el 1986. ¿qué beneficio, consecuencia, o patrimonio nos dejaron estos eventos?. Hablando de la Ciudad de México, y exclusivamente desde la (mi) memoria, están el Estadio Azteca (de Pedro Ramírez Vázquez), la Villa Olimpica (de Ramón Torres con Agustín Hernández y Manuel González Rul), los vestigios de la “Ruta de la Amistad” -con un valioso acervo de esculturas urabnas, algunas ahora agrupadas y slavaguardadas frente a Perisur, debajo de segundos pisos impensables en aquella época- cierto desarrollo hacia la zona sur del DF hacia Xochimilco y Cuemanco…El Palacio de los Deportes (de Félix Candela, Antonio Peyri y Enrique Castañeda) o el complejo deportivo La Magdalena Mixuca -no tan afortunado- que si bien no fue proyectado específicamente para las olimpiadas del 68, lejanamente nos recuerda algo de “aquellos tiempos olímpicos”. Nostalgia, memorabilia urbana, un arquitecto orquestador –Ramírez Vázquez-, y un diseño gráfico maravilloso de Lance Wayman con Eduardo Terrazas. En resumen, una especie de desarrollo urbano y cultural, amén de la derrama económica de los cortos, medianos y largos plazos; no cualquier cosa de la que poco se puede decir cuantitativamente.

Barcelona 1992 fue un ito sobre todo en lo que toca al desarrollo urbano que significó para la ciudad en su crecimiento. El “modelo Barcelona” se convirtió en ejemplo recurrente del “deber ser urbanístico” en las escuelas de arquitetctura, acaso promovido por un afortunado binomio “alcalde -Pasqual Maragall- y arquitecto -Oriol Bohigas-“ (conocer sus semblanzas y su formación  ayuda a comprender el caso de éxito) que 22 años después ha comenzado a desmitificarse con todo y la significativa herencia arquitectónica que quedó en la ciudad catalana.

Atenas ganó para 2004 la sede de los juegos olímpicos a Roma, no por mucha ventaja, y apostó mayormente por la espectacular obra de Santiago Calatrava; en su portunidad salieron a la luz los sobrecostes de su infraestructura…pero la histórica quiebra económica de ese país, hace cuestionar a cualquiera las garantías de la infraestuctura deportiva en el destino de una ciudad o de un país.

En el caso (olímpico) reciente de Londres 2012, la potencia británica apostó por la regeneración urbana del “lado este” de la ciudad –integrado por zonas social y económicamente más vulnerables-, mediante la creación de un Parque Olímpico de 200 hectáreas construido sobre un antiguo complejo industrial (Stratford), que sería su legado para el futuro de la Ciudad. La producción arquitectónica deportiva derivada de su plan maestro estuvo protagonizada por una arquitectura de aguda marca sostenible: el “Olympic Stadium” (de “Populous”, un mega despacho de arquitectura con extensa producción en estadios e instalaciones deportivas) presentó un lugar de montaje para el espectáculo olímpico que posteriormente se transformaría para su re-uso a largo plazo (será el anfitrión del Campeonato del Mundo de Atletismo en 2017); el “Basketball Arena” (de Wilkinson Eyre Architects), un estadio con 12,000 asientos diseñado para ser desmontado o “reciclado” en dos terceras partes de sus componentes. El “Aquatics Centre” (de Zaha Hadid Architects). El “Olympic VeloPark” (de Hopkins Architects), una pieza de significativa belleza con forma de plato de madera y acero que se convirtió también en emblema de la sostenibilidad por sus atributos verdes; y especialmente el diseño urbano y de paisaje de todo el parque post-olímpico llamado “Queen Elizabeth Olympic Park” (de James Corner Field Operations). Un ejemplo impresionante que hizo avanzar hacia delante el reloj de la historia de la infraestructura deportiva: La herencia se orienta hacia lo sostenible y no solo a un patrimonio arquitectónico o cultural.

La recientemente ganadora Tokio, como ciudad olímpica ganadora para el año 2020 llama la atención por diversos motivos que no son muy ajenos a lo anterior.

El supuesto trinomio “antidoping - honestidad social- fondos suficientes” que determinaron en cierta medida la votación a favor de la capital nipona, destaca por la importancia que cobran los valores humanos –antidoping y honestidad social- en una decisión de este calibre. El tema económico por otra parte, indica que se tuvo muy presente la amarga experiencia de Atenas 2004, y la tesis de que una olimpiada es lo mejor que le puede pasar a una ciudad –el caso de la favorita Madrid, por tercera vez eliminada- se supera en un competidísimo proceso de selección que va mucho más allá de la convenciencia urbana o arquitectónica que puede ofrecer tal o cual país. Tokio ya fue sede olímpica en 1964, y dejó un invaluable patrimonio arquitectónico, principalmente de Kenzo Tange (primer Premio Pritzker japonés en 1987), autor del famosísimo conjunto de las dos “arenas olímpicas”, proyectadas en 1960 y concluidas en el otoño de 1964. Las peticiones firmadas por los arquitectos Toyo Ito, Fumihiko Maki o Edward Suzuki contra el futuro New Tokio National Stadium proyectado por Zaha Hadid para albergar los juegos olímpicos (sobre todo en términos de la escla del edificio), pone de manifiesto el altísimo nviel de sofisticación urbana y profesional que hoy en día implica el reto olímpico para cualquier país.

Si bien esta breve reflexión (o revisión) se borda parcialmente desde la disciplina de la arquitectura o el urbanismo, el caso del muy próximo Brasil 2014 pone sobre la mesa de forma imprevista e inusitada una perspectiva social que no puede ignorarse, no verse, amén de la infraestructura deportiva que servirá al mundo entero en breve, por lo menos durante el campeonato mundial que se avecina.

 JVdM