El intercambio académico para los estudiantes de licenciatura es una posibilidad que podríamos calificar como reciente; para el que escribe aquello no pasó por la mente hace más de 20 años cuando era verdaderamente “raro” el que tenía la suerte de vivirlo, y pocos los “visionarios” que apostaban por una maestría o un posgrado en el extranjero. Si bien el intercambio todavía se considera un privilegio por el costo económico que supone, ya es una alternativa menos lejana, o más viable (vía becas o financiamientos educativos) para cualquier alumno de nuevo ingreso si lo vemos desde la perspectiva natural de la “globalización”. Arquitectura hoy tiene un particular matiz en esto.
Para cualquier arquitecto viajar es parte de nuestro trabajo (“experimentos y ejercicios de habitar”), de nuestra “educación continua” y de nuestra formación, suponiendo que en eso nos parecemos a los cineastas o a los chefs que necesitan experimentar sabores de todo el mundo (“Viajar es imprescindible y la sed de viaje, un síntoma neto de inteligencia” definía Enrique Jardiel Poncela). Visto así, la elección de la universidad para estudiar arquitectura temporalmente en el extranjero, uno o dos semestres, está supeditada a la elección de la ciudad para vivir. Se trata de una decisión acaso más vivencial que académica, las aulas con sus profesores, por mejores que sean, son sólo parte de la experiencia formativa implícita en el paquete de habitar en otra ciudad, de “beber de sus atmósferas”. En ese sentido, la modalidad del taller de verano o el “workshop” cambiará el juicio de valor. Allí lo primero sería el nivel académico y la ciudad quedaría en segundo término, aunque por lo general los workshops de verano internacionales se llevan a cabo en ciudades atractivas: Barcelona, Cartagena o Chicago, por citar sólo algunos de los mejores casos en los que ya hemos tenido presencia particular. Sucede algo similar con las mejores posibilidades para realizar un intercambio académico internacional: las ciudades atractivas tienen por lo general buenas escuelas de arquitectura: Madrid, Santiago de Chile o Sídney, además de las más famosas como Nueva York, Londres, Oporto, o Milán, entre muchísimas otras.
Diego cursa actualmente 8º semestre en la Universidad Técnica de Aquisgrán, en Alemania. Dominar un tercer idioma ensancha el mapa, claro. Aquí la ciudad y la escuela forman un binomio perfecto. Aquisgrán se localiza en la parte occidental de Alemania y dada su cercanía con varios países de Europa Central se puede decir que se encuentra en el corazón de Europa. Es la ciudad natal del arquitecto Mies Van der Rohe y “la presencia de Carlo Magno es visible en toda la ciudad. Panaderías, librerías, papelerías y demás establecimientos propagan la imagen del monarca para vender mejor”. Su reporte no me deja mentir, amén de que posteriormente menciona la excelencia académica de la institución por igual.
En una entrevista reciente al arquitecto Teodoro González de León (realizada por Archdaily, muy recomendable) menciona –como casi siempre lo hace- su paso por el taller de LeCorbusier apenas terminó sus estudios universitarios. En su caso queda subrayada la aparatosamente afortunada decisión de trabajar en el extranjero con un gran arquitecto –algo que no se impulsa mucho en las escuelas de arquitectura a las que Teodoro González de León siempre cuestiona: “arquitectura es experiencia”, - y aunque sea post-academia, su experiencia es otra modalidad de intercambio desde la formación internacional, digamos. Ahora bien, si intercambio significa “cambio mutuo entre dos cosas, reciprocidad y relación, ¿a quienes parecería atractivo México para visitarnos en intercambio? ¿Somos acaso una apuesta que presupone formación y entrenamiento para futuras generaciones que alcanzarán un nivel de profesionalismo globalmente competitivo? En un futuro inminentemente presente, ya no queda de otra.
JVdM