Con Perspectiva 12jun2013 / "Mercado de Arriaga, Chiapas"

El pasado sábado apareció la penosa noticia –con fotografías y video- de la sigilosa demolición nocturna del Mercado Municipal Belisario Domínguez de Arriaga, Chiapas.

En abril del año pasado se publicó un texto nombrado “Patrimonio alabeado moderno”, escrito por el Arq. Hans Kabsch Vela (principal defensor de este edificio patrimonial) en el blog de la revista Arquine, y a partir de allí la suerte del inmueble o la importancia de su salvaguarda estuvieron presentes en las redes sociales de arquitectura. El texto daba a conocer la existencia de este mercado y de su valor arquitectónico “…el rasgo más característico del inmueble es su techumbre conformada por 24 paraguas; estructuras laminares de concreto de borde recto y planta rectangular, formados por cuatro segmentos de hypar (paraboloides hiperbólicos)” obra del Arq. Octavio Barreda Marín, “uno de los tantos discípulos de Félix Candela, quien se convirtió en el gran artífice de este tipo de estructuras,…”

Ni el Instituto Nacional de Bellas Artes con el Consejo Nacional para la Cultura (Dirección de Arquitectura y Conservación del Patrimonio Artístico Inmueble) que catalogaron el inmueble cómo “Arquitectura Relevante”, ni el intento con un oficio en el que se reitera respetuosamente NO VIABLE la demolición total del inmueble, mencionando cierto reporte técnico con un trabajo interinstitucional conformado por representantes de la UNAM, INAH, CONACULTA, DOCOMOMO y la Academia Nacional de Arquitectura Capítulo Chiapas, ni gran cantidad de firmas o cartas de universidades fueron suficientes para sensibilizar al gobierno, al munícipe o a las autoridades responsables sobre el valor patrimonial de este edificio construido en 1970.

Independientemente de los motivos (o intereses) que llevaron este barco a mal puerto, la reflexión que se deriva obligadamente de la lamentable noticia es justamente la indefensión –por decirlo así- a la que está expuesta la arquitectura del siglo XX en México. Es reduccionista y relativo afirmar que si la arquitectura es muy buena, entonces tendría que perdurar mucho; podemos pensar que sería lo deseable, pero no necesariamente, hay factores que integran una especie de “suerte” o destino de las obras.

Primero la vocación o el uso de la arquitectura. Una casa puede ser buenísima pero si cambia de dueño, la obra arquitectónica queda comprometida a las necesidades y gustos del nuevo propietario: “vocación original + cambio de propietario = destino incierto. Después la falta (de una cultura) de mantenimiento también puede comprometer negativamente la suerte de la obra, aunque aquí podríamos decir que si no se contempló dicha condición, la obra no fue tan buena: un mercado, en este sentido nunca tendría la suerte de un museo, por ejemplo, aunque el magnífico caso del mercado de La Merced, (obra del Arq. Enrique del Moral, que inclusive se incendió) sea injustamente distinto al del mercado de Arriaga, más aún cuando comparten valores arquitectónicos, época y sistema constructivo comunes…En este orden de ideas, los factores más graves y recurrentes que integran la “suerte” de la arquitectura del S.XX en México son un cóctel de ignorancia + voracidad inmobiliaria + falta de autoridades + falta de denuncia. Hace algunos años salió publicada una carta del Arq. González de León dirigida a algún delegado que denunciaba la colocación de un inmenso espectacular frente a su obra “Monumento a Rufino Tamayo” en el Eje 10, al sur de la ciudad. El argumento de defensa del monumento confrontaba la calidad del espacio público (es un monumento que ofrece un espacio público a la ciudad) con la ignorancia prevaleciente de las autoridades que permitieron allí el anuncio espectacular (lo quitaron casi inmediatamente). En alguna conferencia le escuché decir –ciertamente- que si no conoces Historia te conviertes en un enemigo del Arte. En ese sentido resulta muy grave que el patrimonio arquitectónico del siglo XX importe poco y que un ejemplo como el del mercado de Arriaga se atienda como delito menor en el mejor de los casos. La impotencia e indignación que produce un hecho así, puede, debe transformarse ya en el inicio de una cultura de denuncia.

JVdM