Sustituyendo el término Patrimonio Arquitectónico del siglo XX por el de “Arquitectura” simplemente, sirva el lamentable caso de la demolición del Mercado de Arriaga en Chiapas la semana pasada, para concientizar sobre la suerte de los edificios dignos de llamarse Arquitectura: una caída del veinte sobre la condición azarosa de su impredecible futuro.
El pasado lunes apareció en las redes sociales la penosa especulación –que no noticia, quisiera pensar- de que demolerán el Polyforum Siqueiros para levantar allí un centro comercial, pero ahora, con la lección de arriba deberíamos pensar algo así: ¿”quien se prestaría a semejante sacrilegio”? o mejor aún: pues a quien le paguen por eso, ¿o no?, es decir, ¿seguiremos creyendo que a alguien le importa? ¿Solo a arquitectos, pintores, “fans” de Siqueiros?. La reflexión puede trascender al Súper-Servicio Lomas de Vladimir Kaspé y al Conjunto Manacar de Enrique Carral, a cualquier cantidad de casas de Attolini en el Pedregal, o a muchos otros ejemplos menos conocidos quizás, para caer en la cuenta de que, aunque sea caso por caso, casi nunca hay ni explicaciones convincentes ni autoridad que defienda suficientemente el valor patrimonial de nuestra Arquitectura. Su destino es incierto, por más testigo insobornable de la Historia.
Un ejemplo para subrayar la delicadeza del tema: Hace no mucho tiempo, unos colegas experimentados comentaban que se sentían muy comprometidos porque no encontraban la forma de salvar una casa buenísima de Attolini. No pudieron sensibilizar a su cliente o inversionista (¡sólo bastaba con ver la obra!) y su razonamiento fue –respetable- que si no lo hacían ellos lo haría otro felizmente, así que unas buenas fotos para documentar la casa y doloroso adiós. ¿Qué tan culpables son nuestros colegas en este caso? ¿O no es trabajo al fin y al cabo? ¿El cliente o el inversionista debería tener sensibilidad, acaso mayor visión? Sería bueno, pero ¿quien debió proteger la obra? ¿Podemos adoptar una posición del tipo: “mejor no prestarse”? Son aún peores los ejemplos donde la ignorancia (de no saber lo que se tiene o lo que se va a intervenir) se convierte en estupidez que destroza obras originales de valor, pero lo mismo pasa todo el tiempo, desde el siglo XVI hasta el XX. ¿Esto seguirá pasando siempre?
Al sobrevolar la ciudad -con perspectiva de arquitecto- resulta recurrente percibirla como un fichero donde los “tabiques urbanos selectos” aludidos como Arquitectura son ostensibles por ser minoría. Con esta perspectiva, estéril quizás, o tremendamente cualitativa si se quiere, la “sustitución” de un Vladimir Kaspé por un Teodoro González de León abona en otro aspecto más allá del cualitativo: sustituir. Naturalmente sería mejor sustituir lo malo por lo bueno y no lo bueno por algo acaso mejor, más nuevo o más grande, aunque lo relevante sea la introducción del concepto de re-densificación, en estos casos. Entonces, ¿Se podría re-densificar respetando la Arquitectura preexistente? ¿Por qué no? Falta de mantenimiento, falta de vocación para el re-uso, falta de estacionamiento!...¿Son justificantes? (…”bueno, ya que vamos a demoler, ¿nos redimimos poniendo algo mejor, en vez de…”?) Es reduccionista visto así, pero pensar que la Arquitectura (con mayúscula), en sus valores y su calidad aporta algo mucho mayor a la ciudad es expansivamente razonable. Restaurar, reciclar, revitalizar, recuperar con visión abona sosteniblemente al desarrollo urbano de cualquier ciudad. Los centros históricos o los mejores barrios urbanos son ejemplo de esta visión positivamente conservadora.
El enigma sobre si hemos aprendido o no la lección en el pasado reciente se resuelve en la frase de arriba: ¿a quién le importa?, ¿Cual es el juicio de valor para determinar una política de salvaguarda de la Arquitectura y del patrimonio cultural de cualquier siglo? Depende de a quién le importa.
JVdM