Anteayer tuvimos el desayuno semestral con profesores de Arquitectura; mensaje de bienvenida a quienes se integran al claustro docente, relatos de anécdotas y recuentos sobre lo recién terminado, sobre lo que va en proceso, revisión de la estructura académica, y, acaso lo más relevante: el repensamiento sostenido de lo que enseñamos –o enseñaremos- en las aulas durante el siguiente semestre. Bajo el riguroso principio de la libertad de cátedra, la reflexión y el repensamiento resultan medulares. Ayer –acto seguido- se llevó a cabo la Bienvenida Integral Universitaria, un evento ya tradicional de la Universidad Anáhuac en el que recibimos a los alumnos de primer ingreso; allí me toca dar un mensaje de bienvenida a nuestros nuevos estudiantes de arquitectura. “Seré breve” (tenía que escribir esta columna!) y recordando la máxima del orador que cuando dice que será breve anuncia lo contrario, di una bienvenida más bien breve, pero vehemente (según yo). Estos dos eventos con sus respectivos mensajes, remiten a estas líneas que oportunamente toman forma de buenos deseos.
Leía el muy interesante y reciente artículo de Arturo Ortiz Struck para PortaVOZ “¿Escuelas de arquitectura?, educación para la profesión inútil.” encontrando eco –y utilidad- en las preguntas que plantea sobre el futuro de la arquitectura, al terminar su texto aludiendo a México como el País con más escuelas de arquitectura y estudiantes de arquitectura del mundo. Viene muy bien el artículo tanto para académicos como para profesionales (para cualquier estudiante de arquitectura también), o para ambos, que cuando menos en nuestra escuela somos mayoría (dando clase y practicando profesionalmente). Exhibe el estatus de nuestra profesión y cierta “descolocación” de los arquitectos como gremio en relación a la sociedad y la vida pública del País. Sin duda las escuelas tenemos una responsabilidad mayor. ¿A quienes y a cuales arquitectos estamos formando? Es imposible separar “quien” de “cual”; “cuántos” estaría en tercer término desde mi perspectiva, aunque el pronombre (cuántos) remita por inercia a la posibilidad laboral del futuro arquitecto. En este sentido la disciplina de la arquitectura es muy extensa y pensar que lo único que puede hacer un arquitecto es proyectar (por las tardes) y construir (por las mañanas) ya es anacrónico. La creatividad –el “make art” de Seth Godin- en un mundo híper conectado es una divisa que el arquitecto de nuestros días debe entender desde el ámbito del espacio habitable. Por eso coincido en que la profesión se debe reinventar, prácticamente día a día, atendiendo a las condiciones de velocidad de la revolucionada conectividad. La zona de confort, digamos “proyecto y construyo (propio o ajeno)”, ya no es la zona de seguridad de los arquitectos necesariamente.
Pero hay valores o principios que difícilmente cambiarán. Tanto la arquitectura, como la música, otra disciplina que se antoja igualmente “inútil”, están vivitas y coleando. Hace algunos años tuve un encuentro fugaz con el Arq. José Hanhausen (coautor con Vadimir Kaspé de la Escuela de Nacional de Economía de la UNAM), y recuerdo bien la frase que me dijo: “la práctica profesional es como un viento que te lleva por derroteros insospechados…” Mejor imposible; en ese sentido, muy recientemente el arquitecto José María Gutiérrez me preguntaba con sobrada razón: ¿porqué insisten en enseñarles a hacer “cosas imposibles” -para unos poquitos-, cuando por todas partes se percibe la urgencia de una arquitectura socialmente responsable?, ¿porqué no enseñan mejor a hacer lo posible, lo necesario? Más de acuerdo imposible, también.
Entrevistado cuando recibió el premio Pritzker en 2005, el arquitecto australiano Glenn Murcutt dijo: “La arquitectura debe ser una respuesta. No una imposición”. Con sin par aseveración y convencimiento les dejo mis mejores deseos para este semestre a profesores y alumnos de nuestra escuela de arquitectura.
Un “viaje arquitectónico” la semana entrante y mi siguiente columna el 14 de agosto.
JVdM