La reflexión anterior “De la Sociedad del Espectáculo al espectáculo e la imagen”, antecede a la de esta, casualmente con la lectura de “Los ojos de la piel. La arquitectura y los sentidos” del arquitecto finlandés Juhani Pallasmaa, que ciertamente aborda preocupaciones coincidentes con las expuestas recientemente sobre el “estado de las cosas” en arquitectura. El espectáculo de la imagen, es una forma intuitiva pero asertiva de traer al consciente aquello que toca(ba) al “creciente predominio del sentido de la vista en la reflexión en torno a la arquitectura” desde 1996.
Steven Holl es un arquitecto muy interesante debido a su complejidad, quizás su obra sea tan inteligente que, sin alguna explicación adicional a lo que se ve en las imágenes simplemente, no se alcanza a comprender con exactitud. Su trabajo se consolida, acaso, cuando se aprecia desde sus dibujos en acuarela; su prólogo de “Los ojos de la piel”, escueto pero sustancioso, titulado “Hielo Fino”, hace caer en la cuenta de que Holl personifica también la fenomenología de la arquitectura y de los sentidos. Sin duda habría que revisar su trabajo con detenimiento.
En los Ojos de la Piel, brota inmediatamente un concepto filosófico resonante: “la Arquitectura está profundamente comprometida con cuestiones metafísicas del yo y del mundo”. El yo me remite, volviendo a la primera persona, a la manera como conocí el concepto en el 5º año de bachillerato. En el pizarrón una “Y” circunscrita en un círculo u “O”, bien dibujados de tal forma que el círculo queda divido por la ye en tres partes idénticas (tercios). En cada tercio se colocó una letra mayúscula: I de inteligencia, V de voluntad, y S de sensibilidad; el profesor fue agregando otras dos letras a cada tercio, correspondientes “al acto de”, y, “al qué”. Cuando terminó la clase, quedó claro que con la inteligencia – pensamos – la verdad -, con la voluntad – queremos – el bien -, y con la sensibilidad – sentimos – lo bello -. A reserva de la evolución de la Epistemología o de la Filosofía, lo que llama la atención de la clase particularmente es la parte geométrica de los tercios del yo, es decir, que cuando menos en la exposición del profesor, ni la inteligencia, ni la voluntad ni la sensibilidad eran más importantes una que otra. Tal elucubración conectada al yo comprometido con la arquitectura alude a la necesidad del arquitecto de comprender su contexto, tiempo histórico y espacio geográfico, además de la sociedad a la que sirve, hoy aparentemente confrontada a circunstancias absolutamente dominadas por ambientes ajenos a su metabolismo y configuración de origen: la tormenta de imágenes aludida anteriormente. La cultura y el arte, del ámbito terciario de la sensibilidad del yo, son considerados “accesorios” y no sustanciales en ámbitos académicos –en los planes de estudio-, o de Estado –en los presupuestos nacionales. El orden de la economía, por ejemplo, se antoja ajeno a toda esta especulación.
Así, en lo que toca al mundo, la arquitectura es inherente a lo que nos pasa; para quienes practicamos profesionalmente no es presuntuoso entenderla como una forma de vida en cualquier circunstancia, por más banal que pueda parecer, “es el instrumento principal de nuestra relación con el tiempo y el espacio”. Por ahora.
JVdM